Dr. Pbro. Alfonso Verduzco Pardo

Los conceptos más apropiados que he escuchado, para explicar lo que es la caballerosidad, son los expresados por el Cardenal inglés, Enrique Newman:

¿Quién es un caballero auténtico?

Un hombre que evita, siempre que puede, dar molestias, todo choque inútil de opiniones, toda colisión de sentimientos, todo disgusto y toda suspicacia. Atiende a todos los que lo rodean con equidad, delicadeza y bondad. Evita alusiones inoportunas y temas desagradables. Trata de no ser molesto a nadie.

No habla de sí mismo sino cuando es necesario. No se defiende devolviendo el golpe, no hace insinuaciones cuando no puede hablar abiertamente. Nunca se aprovecha de las debilidades ajenas, no tiene oídos para la difamación ni para la calumnia; jamás se muestra mezquino o vulgar en su conversación; es franco, considerado e indulgente.

El verdadero caballero es lo bastante inteligente para no herirse por las ofensas recibidas: tiene algo más importante que platicar que recordar los disgustos, y es lo suficientemente sereno para no guardar ojeriza.

Es resignado, sufrido, indulgente; acepta por principio el dolor, como cosa inevitable. No teme ni busca el fracaso.

En las controversias, que él no provoca, conserva el dominio de sí mismo ante la burda descortesía de los demás, quizá más inteligente que él, pero ciertamente menos educados.

Su claridad de ideas, y su lealtad ante la verdad, le impiden ser injusto o sectario.

Reconoce y estima lo verdadero, lo bello, lo bueno donde quiera que se encuentre.

Es tan sencillo como apremiante, tan rápido como resuelto. Trata siempre de comprender a su interlocutor, al que escucha con atención, y cuenta de antemano con sus eventuales deficiencias.

Es lo suficientemente profundo y magnánimo para respetar la mentalidad de otros sobre todo en materia religiosa.

Tiene bastante prudencia para no dogmatizar fanáticamente.

Qué bueno fuera que los hombres de nuestra generación tuviéramos un ideal como el que nos ofrece el Cardenal Newman en esta página.