Dr. Pbro. Alfonso Verduzco Pardo
Zamora, Mich., 24/julio/2024.- El robo está expresamente prohibido en la ley de Dios: “No hurtarás”. Además, es una ley inscrita en el corazón del hombre, le llamamos ley natural porque emana de la misma naturaleza del ser humano. Es una ley que ni la misma iniquidad puede borrar.
El robo es un pecado odioso que molesta mucho a quien lo sufre y no deja en paz a quien lo comete. No hay hombre, por rico que sea, que soporte al ladrón, aunque éste robe forzado por su indigencia.
Sin embargo, robar, cometer fraude, no pagar deudas ni contribuciones, aprovecharse de alguna ocasión es algo de lo que nos jactamos, algo que está metido en la médula del mexicano, hasta tenemos dichos populares con los que pretendemos justificar nuestro robo:
• “El que no tranza no avanza”
• “El que obra limpio, limpio se queda” …
• “Ladrón que roba a ladrón, tiene cien años de perdón”
Aquí podríamos aplicar la sentencia de Jesús: “el que entre ustedes esté sin pecado, que arroje la primera piedra”. A lo mejor caen por ahí alguna que otra, pero qué escasas.
Esa conducta es la que nos tiene sumergidos en el subdesarrollo, pocas empresas extranjeras se establecen con nosotros. Nadie puede confiar en nadie. Uno de nuestros temas de conversación es comentar la astucia, la audacia, el abuso de poder y la desvergüenza con que se cometió el robo que hemos sufrido o de que tuvimos noticia.
¡Qué difícil es vivir teniendo tanta desconfianza! Cuidadito con dejar la puerta de tu casa sin asegurar, o dejar tu automóvil sin seguro…
De nuestros gobernantes decimos que no es que entre ellos haya gente “tranza”, sino que el robo, la corrupción, es el sistema mismo que padecemos. Quien no roba, nada tiene que hacer en la política, incluso se hace mofa de aquellas personas excepcionales que habiendo ocupado un cargo público no se han enriquecido, hasta se les llega a tachar de “pendejos”.
Nuestros profesionistas, por ejemplo, los contadores más cotizados, son aquellos que son más astutos para defraudar al fisco, cometiendo la injusticia de no contribuir al bien común, y
¿Qué decir de nuestros abogados, médicos y demás, salvo honrosas excepciones, que cobran honorarios desproporcionados a sus servicios? ¿Y qué decir de los trabajadores: carpinteros, mecánicos, herreros o de quienes viven de cualquier oficio? Si no te convienes previamente en lo que te va a cobrar, agárrate…
Con esta falta de moral, de ética, ¿A dónde queremos llegar?
La única forma de salir del atolladero en que estamos sumergidos como país, es cambiando de actitud, convertirnos seriamente al camino señalado por Jesús en su Evangelio: honradez y justicia.