lun. Abr 29th, 2024

Julio Hernández López (Astillero)

El presidente Andrés Manuel López Obrador ha conseguido una victoria política y diplomática tan contundente como inusual en estos tiempos tan propicios para la división y el desentendimiento. Sólo el gobierno victimario de Daniel Noboa votó contra la condena enérgica al asalto de la embajada mexicana en Ecuador. Veintinueve países aprobaron el documento reprobatorio de los actos violentos. Nayib Bukele, de El Salvador, prefirió la indefinición y su representante en la Organización de los Estados Americanos (OEA) se abstuvo de asumir postura.

Falta ver las consecuencias prácticas de esta virtual unanimidad de criterios continentales. México y el secretario general de la OEA exploran las posibilidades de que Quito extienda el salvoconducto correspondiente para que el ex vicepresidente Jorge Glas pueda salir de Ecuador y quede formalmente asilado en México.

Pero el presidente Noboa, tan inexperto y manipulable que se refugia en métodos autoritarios que ni siquiera controla, aparte de ordenar el bárbaro ataque a la sede mexicana ha instruido, o cuando menos permitido, que se maltrate al citado ex vicepresidente, que está en huelga de hambre, por la tortura física y sicológica a que ha sido sometido, según reporte de familiares y seguidores, a tal grado de que habría intentado suicidarse en una cárcel de alta seguridad, según afirma el ex presidente Correa. Actualmente, Glas está en huelga de hambre.

Noboa está recibiendo un repudio generalizado y la gobernabilidad de Ecuador se le está complicando, con la corriente afín al ex presidente Rafael Correa deshaciendo alianzas en la Asamblea Nacional (Poder Legislativo) y una creciente oposición popular, pero él ha decidido irse tres días a Miami, su tierra natal, a atender asuntos de índole personal.

La victoria del gobierno de México, encabezado por López Obrador, ha sido posible gracias al empuje de gobiernos de izquierda o progresistas (el colombiano Gustavo Petro, un motor importante), pero también de presidentes instalados en las antípodas, como el argentino Javier Milei. Cierto es que el tamaño del yerro ecuatoriano no dio margen para intentar alguna forma de justificación, pero es significativo el gesto unitario, desde distintos flancos ideológicos, en torno al caso mexicano.

El propio Estados Unidos, y su ramal de tentativa de control de la política continental, la OEA, procesaron los hechos de Quito de manera insólita. La Casa Blanca quiso refugiarse originalmente en algún posicionamiento laxo, pero López Obrador presionó para que hubiera una definición clara de la administración Biden, lo que se consiguió mediante la declaración de un vocero.

Y la OEA, históricamente dispuesta a cometer las indignidades que Washington le llegue a ordenar, desahogó el tema con desacostumbrado tino, si acaso concediendo algún párrafo de su comunicado al forzado argumento de los Noboas (La veleidosa Lilly Téllez, un ejemplo disparatado; Fox y Calderón, también) que pretenden justificar la agresión a la embajada mexicana y sus funcionarios porque López Obrador habría ejercido inadecuadamente el derecho de asilo.

El sonoro revire a la locura gubernamental ecuatoriana, con un papel central de la Casa Blanca y la OEA en cuanto a no haber obstruido el acuerdo histórico de 29 a uno, podría entenderse en el contexto electoral estadunidense, en el que la administración Biden necesita mantener activos los mecanismos mexicanos de control migratorio desde el sur (Xóchitl Gálvez y otros opositores aseguran que AMLO tiene como rehenes a las autoridades gringas por dicho tema migratorio).

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